Una amiga, que es hermana, contaba hoy que a su hijo de 17 años lo tomaron de carpero en un balneario; el pibe laburó 30 días, 12 horas por cada turno sin francos, refrigerio ni descanso. Llegó el día de pago y le dieron 13 mil pesos.
Uno más de todos los explotados por temporada y en época de crisis, sobre todo. Pero no pude evitar recordar mi juventud como laburante en los veranos necochenses y comparar las injusticias.
Yo trabajé en el camping, ahora Miguel Lillo, por entonces Americano. Fui heladera y guía de acampantes por tres temporadas. Lo que ganaba me alcanzaba para pagar medio año de alquiler en Mar del Plata donde estudiaba Periodismo.
Pero no sólo era cuestión de plata, yo aprendí a ser empleada y mis jefes me cuidaban; entendí lo de ser responsable y por sobre todo me llevé una parva de amigos que aun ahora conservo.
Tenía 17, lo mismo que el hijo de mi amiga que para mi es como un sobrino y que ha sido sobre explotado esta temporada, seguramente igual que la mayoría de sus amigos.
A lo que voy, mis primeros trabajos me hicieron amar el trabajo, me hicieron entender que valía la pena romperse el lomo y sobre todo sentir esa famosa dignidad del laburante, del que puede por fin pagar con su plata sin molestar a papá y mamá. Del que se esfuerza y deja las jodas con amigos esperando la justa recompensa, del que tiene ganas de proyectar.
Si el mercado laboral se aprovecha de estos nenes y los explota, como pasa con mi pequeño amigo, lo único que logra el sistema es que él o ella consideren que es mejor hacer otras cosas o nada en lugar de trabajar.
Es nuestra obligación, como estado, como sociedad y como vecinos que precisan de un servicio para lo que sea, alimentarles la vocación. Demostrarles que cuesta, que es un sacrificio pero que tiene la recompensa que se merece.
Pretendo sólo con esto despertar un espíritu que parece dormido o demasiado cómodo: ¡no explotemos a los píbes! Hagamos escuelas y enseñémosle que trabajar es lindo y, en el medio, si son estudiantes, aprovechemos para alentarlos a que es tanto mejor trabajar de lo que sentimos y a que se capaciten para eso.
Aprovechándose de nenes o nenas para ganar un mango más en la temporada lo único que consiguen es seguir alimentando lo que después en las redes repudian y que llaman a boca de jarro y haciéndose los ajenos: “planeros, nenes bien, vagos, cómodos, que con 30 siguen viviendo de la teta de mamá, que no quieren estudiar…etc.etc.etccccc”.
Dejen de un lado la hipocresía señores comerciantes. Valoren a esos nenes que recién salen del nido, cuídenlos, aunque ganen ustedes un mango menos…son la juventud, la misma que a veces cuestionamos gratuitamente y nunca nos ponemos a pensar si no somos nosotros mismos los que les amputamos las oportunidades ni bien empiezan a florecer.